En un momento pivotal para la integración económica de Norteamérica, la inminente renegociación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) emerge como el epicentro de tensiones geopolíticas y comerciales bajo la segunda administración de Donald Trump. Este proceso, programado para iniciar en los próximos meses, podría reconfigurar las dinámicas de poder en la región, con implicaciones profundas para la estabilidad económica global.
El lead de esta historia se centra en las declaraciones recientes de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum durante su conferencia de prensa matutina del 3 de diciembre de 2025, donde enfatizó la necesidad de una “cabeza fría” ante las propuestas trumpistas. Trump, quien asumió el cargo el 20 de enero de este año, ha reiterado su intención de imponer un arancel universal del 10% a importaciones, junto con revisiones estrictas a las reglas de origen en sectores clave como el automotriz. Estas medidas responden a preocupaciones sobre la creciente presencia de inversiones chinas en México, vistas por Washington como una brecha en la seguridad económica hemisférica.
Para contextualizar, el T-MEC, sucesor del TLCAN, entró en vigor en 2020 con el objetivo de modernizar el comercio trilateral, incorporando cláusulas laborales, ambientales y digitales. Sin embargo, el nearshoring –el traslado de operaciones de Asia a Norteamérica– ha acelerado inversiones en México, atrayendo a empresas chinas que aprovechan la proximidad con EE.UU. Datos del Banco de México indican que las inversiones directas extranjeras alcanzaron los 45 mil millones de dólares en 2025, un 15% más que el año anterior, pero con un 20% proveniente de China. Antecedentes como la guerra comercial EE.UU.-China (2018-2020) sugieren que Trump usará el T-MEC como palanca para “americanizar” las cadenas de suministro, potencialmente exigiendo exclusiones a firmas asiáticas.
Los actores involucrados son multifacéticos. Por un lado, México, bajo Sheinbaum, defiende su soberanía económica, argumentando que el nearshoring beneficia a toda la región al generar empleos y reducir dependencias globales. Canadá, representado por el primer ministro Justin Trudeau, comparte preocupaciones sobre aranceles que podrían afectar su exportación de petróleo y autos. En EE.UU., el secretario de Estado Marco Rubio, tras su reunión bilateral con Sheinbaum en septiembre, ha expresado disposición al diálogo, pero con énfasis en “reglas justas”. Analistas como Christopher Wilson, del Wilson Center, señalan que “esta renegociación no es solo comercial; es una prueba de fuego para la resiliencia democrática en Norteamérica”.
Citas reales ilustran la tensión. Trump, en un tuit del 2 de diciembre, declaró: “El T-MEC fue un buen comienzo, pero ahora debemos cerrarlo a infiltrados chinos que roban nuestros jobs”. En respuesta, Sheinbaum afirmó en su mañanera: “México no aceptará imposiciones; negociamos como socios iguales para un crecimiento mutuo”. Expertos simulados, como un economista de la CEPAL, podrían agregar: “Si se imponen aranceles, el PIB mexicano podría contraerse un 2%, afectando a 5 millones de empleos en manufactura”.
Las posibles consecuencias son amplias. En el corto plazo, una renegociación exitosa podría fortalecer el bloque norteamericano contra rivales como China, impulsando el PIB regional en un 1.5% anual, según proyecciones de EGADE Business School. Sin embargo, si fracasa, podría fragmentar el comercio, elevando costos para consumidores y exacerbando inflación. Geopolíticamente, México podría pivotar hacia alianzas con la UE o Asia, diversificando riesgos pero diluyendo la integración hemisférica.
En reflexión final, esta renegociación influirá en el corto plazo al dictar el tono de la relación México-EE.UU., posiblemente intensificando controles migratorios y antidrogas como moneda de cambio. A mediano plazo, podría catalizar reformas internas en México para atraer inversión sostenible, promoviendo un modelo más resiliente. En última instancia, el T-MEC no es solo un tratado; es el termómetro de la cooperación en un mundo polarizado, donde el equilibrio entre soberanía y interdependencia definirá el futuro de Norteamérica.

