¿El Regreso del Intervencionismo Yankee?
En un giro que evoca tensiones históricas, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha declarado su orgullo por considerar ataques militares contra instalaciones de narcotráfico en México, provocando una respuesta inmediata de la presidenta Claudia Sheinbaum. Este episodio no solo resalta las fricciones bilaterales, sino que plantea interrogantes sobre la soberanía y la cooperación en la lucha contra el crimen organizado en América del Norte.
El anuncio de Trump, realizado en una entrevista reciente, llega en un momento crítico para las relaciones México-EE.UU., marcadas por el flujo incesante de fentanilo y migrantes a través de la frontera compartida. Según datos del Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU., más de 100,000 muertes por sobredosis se atribuyen anualmente a opioides sintéticos provenientes de carteles mexicanos, un problema que Trump ha utilizado como bandera política desde su primera campaña en 2016. En respuesta, Sheinbaum enfatizó en una conferencia de prensa que “México no aceptará intervenciones que violen nuestra soberanía”, proponiendo en cambio una colaboración basada en inteligencia compartida y desarrollo económico conjunto. Este intercambio verbal se produce apenas semanas antes de la toma de posesión de Trump el 20 de enero de 2026, y en el contexto de un TMEC renovado que genera miles de millones en comercio bilateral.
Los antecedentes de esta controversia se remontan a la “guerra contra las drogas” iniciada por EE.UU. en los años 70, que ha involucrado operaciones como la Iniciativa Mérida, un paquete de ayuda de más de 3,500 millones de dólares desde 2008 para equipar a fuerzas mexicanas. Sin embargo, críticos como el analista de seguridad Alejandro Hope argumentan que tales intervenciones han exacerbado la violencia, con más de 400,000 homicidios en México desde 2006. Actores clave incluyen no solo a los gobiernos, sino a carteles como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, que controlan rutas clave y han diversificado sus operaciones hacia Europa y Asia. Económicamente, un conflicto podría disruptir cadenas de suministro, afectando industrias como la automotriz, donde México es el principal proveedor de partes para EE.UU.
Declaraciones de líderes han intensificado el debate. Trump afirmó: “Si México no resuelve el problema de las drogas, lo haremos nosotros, y estaremos orgullosos de ello”. Por su parte, Sheinbaum replicó: “La solución radica en la cooperación mutua, no en amenazas que recuerdan épocas imperiales”. Analistas como Pamela Starr, del Consejo de Relaciones Exteriores, comentan: “Esto podría ser retórica electoral, pero si se materializa, erosionaría la confianza mutua y empujaría a México hacia alianzas alternativas con China o la UE”. Datos relevantes incluyen un aumento del 20% en decomisos de fentanilo en la frontera en 2025, según la DEA, y proyecciones de un impacto económico de hasta 50,000 millones de dólares si se escalan tensiones comerciales.
Las posibles consecuencias son multifacéticas. En el corto plazo, podría haber un endurecimiento de políticas migratorias, con México reforzando su Guardia Nacional en la frontera sur para mitigar flujos desde Centroamérica. Geopolíticamente, esto debilita el multilateralismo en las Américas, potencialmente reviviendo doctrinas como la Monroe, pero adaptadas a amenazas modernas. Económicamente, inversionistas ya muestran cautela, con una ligera depreciación del peso mexicano tras el anuncio.
En reflexión final, este episodio podría marcar un punto de inflexión en la dinámica hemisférica. En el corto plazo, presiona a ambos países a negociar un nuevo marco de seguridad antes de enero, posiblemente involucrando a Canadá para equilibrar fuerzas. A mediano plazo, si México diversifica sus alianzas, podría emerger como un actor más independiente en el escenario global, reduciendo su vulnerabilidad ante presiones estadounidenses. Sin embargo, el riesgo de escalada subraya la necesidad de diplomacia pragmática: la verdadera victoria contra el narcotráfico no vendrá de bombas, sino de inversiones en desarrollo y justicia social que aborden las raíces del problema. En un mundo interconectado, ignorar esto solo perpetuará ciclos de inestabilidad que trascienden fronteras.

