En un giro diplomático que podría redefinir el mapa de Europa del Este, la administración entrante de Donald Trump ha propuesto un plan de paz para Ucrania que incluye la cesión de territorios a Rusia y el reconocimiento de facto de la anexión de Crimea. Este enfoque, revelado en medio de la debilidad interna del presidente ucraniano Volodímir Zelenskiy por escándalos de corrupción, busca congelar el conflicto y evitar una escalada mayor, priorizando la estabilidad energética global sobre concesiones territoriales.
El contexto de esta propuesta es profundo y multifacético. Desde la invasión rusa en febrero de 2022, el conflicto ha costado cientos de miles de vidas y desestabilizado economías mundiales, con subidas en precios de gas y alimentos que afectaron especialmente a países en desarrollo. Actores clave incluyen a Rusia, que mantiene control sobre regiones como Donetsk y Lugansk; Ucrania, que ha resistido con apoyo occidental pero enfrenta fatiga bélica; y EE.UU., ahora bajo Trump, quien durante su campaña prometió resolver la guerra “en 24 horas”. Antecedentes históricos remiten a acuerdos como Minsk II (2015), que fallaron en implementar ceses al fuego duraderos. Datos relevantes: según el Banco Mundial, el PIB ucraniano cayó un 30% en 2022, mientras que Europa ha invertido más de 100 mil millones de euros en ayuda militar. Posibles consecuencias incluyen una reducción en tensiones nucleares, pero también un debilitamiento de la OTAN si se percibe como capitulación.

Líderes y analistas han reaccionado con mezcla de escepticismo y pragmatismo. Zelenskiy, en una declaración reciente, afirmó estar “listo para un trabajo honesto” en el plan, aunque enfatizó que no aceptará “traiciones” a la soberanía ucraniana. Por su parte, el presidente ruso Vladimir Putin, a través de su portavoz Dmitri Peskov, ha calificado la propuesta como “un paso realista”, sugiriendo que podría abrir negociaciones directas. Analistas como Fiona Hill, exasesora de Trump, advierten en entrevistas con CNN que “esto no es paz, es una pausa que beneficia a Moscú para reagruparse”. En Europa, figuras como el canciller alemán Olaf Scholz han expresado preocupación, declarando que “cualquier acuerdo debe respetar la integridad territorial de Ucrania, o arriesgamos un nuevo orden mundial dominado por potencias autoritarias”.
El desarrollo del plan revela una estrategia trumpiana centrada en el “América Primero”, priorizando ahorros en ayuda exterior (EE.UU. ha enviado más de 50 mil millones de dólares desde 2022) y enfocándose en amenazas internas como la inflación. Sin embargo, críticos argumentan que ignora lecciones de la Guerra Fría, donde concesiones a la URSS prolongaron divisiones. Económicamente, un congelamiento podría estabilizar rutas de gas como Nord Stream (dañado en 2022), beneficiando a la UE, pero geopolíticamente, fortalece a China, que ha mediado en conflictos similares y ve en esto una oportunidad para expandir su influencia en Eurasia.
En el corto plazo, este plan podría llevar a cumbres bilaterales Trump-Putin, reduciendo hostilidades y permitiendo reconstrucción en Ucrania con fondos internacionales. A mediano plazo, sin embargo, arriesga fragmentar la unidad occidental: Europa podría acelerar su autonomía defensiva, invirtiendo en ejércitos independientes de EE.UU., mientras que países como Polonia y los Bálticos se sentirían expuestos. Reflexionando, esta iniciativa no solo testa el liderazgo de Trump en un mundo multipolar, sino que cuestiona si la paz a cualquier costo vale la erosión de principios democráticos. En última instancia, podría marcar el ocaso de la hegemonía estadounidense post-1991, abriendo puertas a un nuevo equilibrio donde Rusia y China ganan terreno, recordándonos que la diplomacia, como la guerra, redefine fronteras no solo en mapas, sino en alianzas globales.

