En un claro desafío a la retórica agresiva de Washington, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum rechazó categóricamente cualquier intervención militar estadounidense en territorio nacional para combatir a los cárteles del narcotráfico. Esta declaración, emitida el 19 de noviembre de 2025, responde directamente a las sugerencias del presidente Donald Trump de autorizar “strikes” contra objetivos criminales en México, en medio de crecientes tensiones por el flujo de drogas como el fentanilo y la migración irregular.
El contexto de esta confrontación se remonta a la larga historia de relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos, marcadas por episodios de intervención y desconfianza. Trump, quien durante su primer mandato ya había propuesto acciones similares –incluyendo el envío de tropas sin consentimiento mexicano–, reiteró su postura el lunes pasado al afirmar: “Haría lo que sea necesario para detener las drogas. ¿Querría strikes en México para detenerlas? OK para mí”. Esta vez, su descontento se centra en lo que percibe como ineficacia mexicana para controlar los cárteles, que según datos de la DEA estadounidense, son responsables del 90% del fentanilo que ingresa a EE.UU., causando más de 100,000 muertes anuales por sobredosis. Sheinbaum, por su parte, invocó antecedentes históricos como la Guerra México-Estados Unidos de 1846-1848, donde México perdió la mitad de su territorio, para subrayar: “No queremos intervención de ningún gobierno extranjero”. La mandataria mexicana ha enfatizado la soberanía nacional, proponiendo en cambio una colaboración basada en inteligencia compartida, sin acciones unilaterales.
Los actores clave en esta dinámica incluyen no solo a Sheinbaum y Trump, sino también al secretario de Estado estadounidense Marco Rubio, quien aclaró que cualquier operación requeriría permiso mexicano –permiso que Sheinbaum ha negado rotundamente. En el lado mexicano, el gobierno ha respondido con calma pero firmeza, removiendo letreros colocados por contratistas del Departamento de Defensa de EE.UU. en territorio mexicano cerca del Río Bravo, un incidente que resalta disputas fronterizas recurrentes. Antecedentes recientes incluyen protestas juveniles en México contra la violencia de los cárteles, que han dejado más de 200,000 muertos en la última década, y que Trump ha usado para justificar su narrativa de un “México controlado por criminales”. Analistas como Ghaleb Victorio Krame, profesor de la Universidad Anáhuac, han señalado que estas protestas representan un “revuelta total” contra la ineficacia gubernamental, amplificando el escrutinio internacional.
Datos relevantes pintan un panorama alarmante: el comercio bilateral supera los 800,000 millones de dólares anuales bajo el T-MEC, pero amenazas como aranceles del 25% propuestos por Trump podrían desestabilizarlo. Posibles consecuencias incluyen un debilitamiento del peso mexicano, ya en riesgo por la revisión del tratado en 2026, y una escalada en políticas migratorias que afecten a millones de mexicanos en EE.UU. Un experto en relaciones internacionales, consultado por The Guardian, advirtió: “La política de Trump hacia Latinoamérica es coercitiva; países cooperadores serán premiados, los demás, castigados”. Esto podría extenderse a operaciones navales en el Caribe, donde la Marina estadounidense ya ha destruido 21 embarcaciones sospechosas de narcotráfico desde septiembre, causando al menos 83 muertes.
En el corto plazo, esta tensión podría llevar a reuniones bilaterales de emergencia, posiblemente en la frontera, para desescalar el conflicto y negociar acuerdos en inteligencia y control de armas –ya que el 70% de las armas de los cárteles provienen de EE.UU. A mediano plazo, sin embargo, podría reconfigurar la geopolítica norteamericana, fortaleciendo alianzas mexicanas con China o Europa para diversificar dependencias económicas. En última instancia, este episodio subraya la fragilidad de la cooperación transfronteriza en un mundo polarizado: mientras México defiende su autonomía, el riesgo de aislamiento o confrontación persiste, recordándonos que la verdadera solución al narcotráfico radica en enfoques conjuntos, no en amenazas unilaterales.

