En un giro que mantiene en vilo a la economía norteamericana, México y Estados Unidos se aproximan al vencimiento de una prórroga de 90 días en negociaciones arancelarias, con un avance reportado del 90% pero sin resolución definitiva. Bajo la sombra de amenazas del presidente Donald Trump, que incluyen aranceles del 50% en acero y aluminio, este episodio resalta la fragilidad del comercio regional y el peso del T-MEC en la estabilidad bilateral.
Las negociaciones, lideradas por el secretario de Economía mexicano Marcelo Ebrard, surgen de un acuerdo inicial entre la presidenta Claudia Sheinbaum y Trump, destinado a evitar una escalada que podría desmantelar el tratado comercial trilateral. Antecedentes clave incluyen la revisión programada del T-MEC para julio de 2026, donde Trump ha insinuado posibles cancelaciones o virajes a acuerdos bilaterales, reflejando su enfoque proteccionista. Datos relevantes muestran que México exporta alrededor del 80% de sus bienes a EE.UU., con un superávit comercial que irrita a Washington, mientras que aranceles existentes en sectores como el automotriz (alrededor del 25%) ya impactan cadenas de suministro globales. Actores involucrados incluyen no solo gobiernos, sino industrias como la automovilística y siderúrgica, con lobby de empresas transnacionales presionando por estabilidad.
En el desarrollo de los hechos, Ebrard ha enfatizado una estrategia de “no confrontación, pero defensa de principios”, navegando la “bipolaridad” de Trump, quien alterna entre amenazas y diálogos. Posibles consecuencias incluyen una contracción económica en México si se imponen nuevos aranceles, estimada en una caída del PIB del 1-2% según analistas del Banco de México, y repercusiones en EE.UU. con inflación en bienes importados. A nivel geopolítico, esto podría debilitar la integración norteamericana, abriendo puertas a competidores como China, que ya gana terreno en mercados latinoamericanos.
Citas de líderes ilustran la tensión: Sheinbaum declaró recientemente que “México ganó con esta prórroga”, destacando avances en cooperación migratoria y de seguridad como contrapartes. Por su parte, Trump ha tuiteado: “México debe hacer más o pagará el precio”, recordando su retórica de campaña. Analistas como Christopher Wilson, del Wilson Center, comentan: “Este es un juego de poder donde México, con su proximidad geográfica, tiene leverage, pero depende de la imprevisibilidad de Trump”. Si no hay acuerdo, expertos simulan escenarios donde México diversificaría exportaciones hacia Europa y Asia, aunque con costos logísticos mayores.
En cierre, este impasse arancelario no solo prueba la resiliencia del T-MEC, sino que podría redefinir las relaciones México-EE.UU. en el corto plazo, con riesgos de recesión bilateral si fracasa, o un fortalecimiento si se resuelve, fomentando inversiones en nearshoring. A mediano plazo, influirá en la dinámica global, potenciando a México como hub manufacturero si navega con astucia, o exponiéndolo a volatilidades si persisten las tensiones. En un mundo multipolar, esta negociación subraya la necesidad de tratados robustos para mitigar proteccionismos, beneficiando a economías emergentes como la mexicana en su búsqueda de autonomía estratégica.