¡Ay, México, qué manera de arrancar septiembre! Mientras unos celebraban el regreso a clases con mochilas nuevas, en el Palacio Nacional y la Suprema Corte se vivía un culebrón digno de Netflix. La presidenta Claudia Sheinbaum, con su primer informe de gobierno, nos presumió que los homicidios bajaron un 25% (¡aplausos!) y que los programas sociales están más fuertes que el café de la mañana. Pero el verdadero show no estaba en Palacio, sino en la Suprema Corte, donde las puertas se abrieron al público… y también al drama.

Imagínense la escena: la nueva Corte, reluciente como coche recién lavado, abre sus puertas con bombo y platillo. “¡Que entre el pueblo!”, gritaron los magistrados, listos para demostrar que esta vez sí van a ser transparentes. Pero, ¡pum!, una madre desesperada, harta de que la justicia sea más lenta que tortuga en reversa, decide protestar de la manera más impactante posible: quitándose la ropa en el vestíbulo. ¡Sí, señoras y señores, un streaking judicial! La pobre mujer, buscando justicia por su hijo asesinado, nos recordó que abrir puertas no es lo mismo que abrir corazones.

Y ahí no para la cosa. Mientras la Corte intentaba mantener la compostura, Néstor Vargas, el elegido de Sheinbaum, se puso la corona del Órgano de Administración Judicial. ¿Su misión? Hacer que la justicia sea más austera, revisar las jugosas pensiones de los exministros (que parecen sueldos de estrella de Hollywood) y, sobre todo, convencer al pueblo de que esta Corte no es solo un edificio bonito con togas caras. Pero, ¿cómo le haces cuando el primer día te llega una protesta que parece sacada de un reality show?

Por si fuera poco, desde el norte nos llegó Marco Rubio, el senador gringo, aterrizando en el AIFA bajo una lluvia que parecía decir: “¡Vete, que aquí ya tenemos suficientes problemas!”. Rubio vino a hablar de narcotráfico, pero Sheinbaum le dejó claro que México no acepta órdenes como si fuera mesero de fonda. “Colaboración sí, intromisión no”, dijo la presidenta, con una firmeza que hasta el mismísimo Trump debe haber sentido desde la Casa Blanca.

Y mientras tanto, en San Lázaro, Morena se pelea como en telenovela por la vicecoordinación. Gabriela Jiménez y Dolores Padierna se dan con todo, como si estuvieran audicionando para el próximo capítulo de La Rosa de Guadalupe. ¿Quién ganará? Nadie lo sabe, pero ya hay apuestas en el Zócalo.

Así que, queridos lectores, la política mexicana sigue siendo un circo de tres pistas: una Corte que quiere ser popular pero recibe protestas al estilo performance, una presidenta que presume logros mientras le llueven retos, y un vecino del norte que no entiende que aquí no mandan sus tuits. ¿Qué nos depara el resto de septiembre? No sé, pero saquen las palomitas, porque esto apenas empieza. ¡Y que viva México, donde la justicia y el drama siempre van de la mano!

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