En un movimiento que podría reconfigurar el mapa comercial de Norteamérica, los líderes de Estados Unidos, México y Canadá han iniciado la revisión obligatoria del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), un proceso que arranca formalmente este 17 de septiembre de 2025. Con un comercio trilateral que supera el trillón de dólares anuales, esta evaluación no es solo técnica: representa un campo de batalla diplomático donde se cruzan intereses geopolíticos, migratorios y de seguridad, en el contexto de un mundo marcado por proteccionismos y crisis globales.
El T-MEC, heredero del TLCAN de 1994, ha sido un pilar de integración económica desde su entrada en vigor en 2020. Sin embargo, la revisión programada para 2026 —y adelantada en discusiones preliminares— surge en un momento delicado. Bajo la administración de Donald Trump en EE.UU., las amenazas de aranceles del 25% sobre productos mexicanos han avivado temores de una guerra comercial. México, que depende en un 80% de sus exportaciones al mercado estadounidense, particularmente en sectores como el automotriz y la agricultura, se prepara para defender sus conquistas laborales y ambientales. Canadá, por su parte, busca salvaguardar su industria energética y láctea, mientras el primer ministro Mark Carney anuncia una visita inminente a México para alinear posiciones. Antecedentes clave incluyen las renegociaciones de 2018, impulsadas por Trump, que incorporaron capítulos sobre migración y derechos laborales, pero que ahora enfrentan presiones renovadas por el flujo de migrantes centroamericanos y la producción de fentanilo.
Los actores involucrados son claros: en México, la presidenta Claudia Sheinbaum, en su primer año de mandato, ve en esta revisión una oportunidad para proyectar soberanía económica, alineada con su agenda de “continuidad” del morenismo. Sheinbaum ha enfatizado la diversificación de mercados, como la reciente imposición de aranceles a importaciones asiáticas para contrarrestar presiones de Washington. Del lado estadounidense, la Oficina del Representante Comercial (USTR) ha solicitado aportes públicos, señalando preocupaciones por el déficit comercial y la competencia china. Canadá, con Carney al frente —un economista experimentado en finanzas globales—, apuesta por una integración más profunda en energías renovables, crucial ante la transición climática. Datos relevantes abundan: el T-MEC ha generado 180,000 empleos en México desde 2020, pero también ha expuesto vulnerabilidades, como la dependencia de nearshoring que podría revertirse con políticas proteccionistas.
Posibles consecuencias son de amplio alcance. Si la revisión fortalece el tratado, podría impulsar el nearshoring, atrayendo inversiones de Asia a México y consolidando a Norteamérica como bloque competitivo frente a China y la UE. Sin embargo, un fracaso —por desacuerdos en temas como el contenido regional en autos (actualmente al 75%)— podría desencadenar aranceles retaliatorios, encareciendo bienes y afectando la inflación global. En el contexto geopolítico, esto se entrelaza con la seguridad fronteriza: EE.UU. presiona a México por mayor control migratorio, mientras el crimen organizado complica las cadenas de suministro.
“Esta revisión no es solo sobre números; es sobre el futuro de nuestra interdependencia”, declaró recientemente Katherine Tai, Representante Comercial de EE.UU., en un foro en Washington. Por su parte, la presidenta Sheinbaum, en su discurso del 16 de septiembre durante el Grito de Independencia, aludió indirectamente: “México no cederá en su soberanía económica, pero busca alianzas justas”. Analistas como Pamela Starr, de la Universidad del Sur de California, advierten: “Trump usará esto para ganar puntos políticos internos, pero México tiene cartas fuertes en la mesa con su rol en la migración y el comercio verde”.
En perspectiva, este proceso influirá en el corto plazo al intensificar diálogos bilaterales, como la visita de Carney, posiblemente culminando en compromisos interinos para evitar disrupciones en 2026. A mediano plazo, un T-MEC renovado podría estabilizar la región, fomentando crecimiento inclusivo y reduciendo desigualdades, pero solo si se prioriza la cooperación sobre el unilateralismo. En un mundo de fragmentación geopolítica —con guerras en Ucrania y tensiones en el Indo-Pacífico—, Norteamérica tiene la oportunidad de emerger como faro de multilateralismo económico. De no lograrse, el riesgo de un retroceso al aislacionismo podría reverberar en toda la economía global, recordándonos que el comercio no es solo transacciones, sino el tejido de nuestras interconexiones humanas y políticas.